lunes, enero 16, 2017

Una noticia que me graduó de psicólogo




La secuencia de hechos fue la siguiente. Primero vi la noticia en el diario. No lo podía creer. Luego de leerla pensé: esto tiene que representar un trastorno psicológico o mental. Así que me di a la tarea de buscar el nombre de la condición esa. Lo que no imaginé en un principio es que fuera tan difícil la búsqueda -y en cierta medida tan infructuosa-.

Al día de hoy apenas vislumbro algunos conceptos que se acercan al trastorno, pero no uno que lo defina por completo.

La enfermedad que reflejaba la noticia es esta: se trata de cierto comportamiento humano en el que una persona adhiere a un concepto o defiende una idea desde un lugar que, para la práctica totalidad del mundo, resulta evidentemente contradictorio (no así para el personaje en cuestión).

Va un ejemplo: los neonazis bogotanos.

Quienes así se proclaman obvian consciente o inconscientemente hechos como su color de piel o sus apellidos y defienden, sin encontrar contradicción en ello, la posibilidad de enarbolar las banderas arias desde Guatavita o desde Fúquene.

¿En serio? ¿No es un chiste? Las mismas dos preguntas que todos nos hacemos cuando nos enteramos de los nazis chibchas fueron las que me hice cuando leí la noticia en El Espectador. Y no pude librarme de la idea obsesiva sobre que tenía que representar un trastorno psicológico o mental.

Consulté fuentes respetables y lancé un llamado virtual a mis amigos psicólogos y académicos. Finalmente el Doctor Hernán Toro me dirigió al extenso listado de los sesgos cognitivos: esas perturbaciones de la mente que conducen a interpretaciones faltas de lógica, a juicios inexactos y a distorsiones cognitivas. La lista era larga e incluía más de cincuenta formas para autoengañarnos, para distorsionar nuestro juicio o para vendernos una mentira, todo ello si el engaño nos hace sentir mejor o resulta conveniente a nuestra argumentación.

Inventario en mano, releí la noticia para asegurarme de los detalles y me sumergí en él con la esperanza de encontrar la descripción del trastorno que me obsesionaba; ese mismo que -va otro ejemplo- aqueja a tantos políticos colombianos: quien ayer compró su reelección con puestos, hoy vocifera, sin ruborizarse, contra quien tramita sus proyectos ofreciendo prebendas. Un enroque mental que solo se sostiene desde una negación absoluta de la realidad y desde una opción por el autoengaño.

El resultado de mi pesquisa fue agridulce. Si bien encontré un trastorno cuya definición se dirige sin lugar a dudas a la condición que aparecía en la noticia que había leído, su puntería no era ciento por ciento precisa.

Sesgo de prejuicio de punto ciego. Así se llama la vaina.

El término fue acuñado por  los psicólogos Emily Pronin, Daniel Lin y Lee Ross del Departamento de Psicología de la Universidad de Princeton, y se trata, palabras más, palabras menos, de una condición en la cual uno mismo juzga los prejuicios ajenos, pero no se da cuenta de los prejuicios propios.

La definición encaja perfectamente con la noticia, con los nazis mestizos y con los políticos amnésicos en el hecho de describir al ciego que no quiere ver o al sordo que no quiere oír, pero solo hace referencia a los prejuicios. Así que, apoyado en el hallazgo de los profesores de Princeton y en mi proactiva desvergüenza, he decidido nombrar el trastorno como Sesgo de punto ciego cognitivo, para extender su alcance definitorio más allá de los prejuicios.

Y así lo describiré para las prestigiosas revistas científicas que quieran la primicia (recordando a un personaje de Les Luthiers que fundó Caracas en pleno centro de Caracas) hasta que aparezca quien me dé luz sobre su nombre real -¡tiene que tenerlo!- y trunque mi carrera de advenedizo psicólogo clínico: el sesgo de punto ciego cognitivo consiste en un trastorno de la percepción de la realidad en el cual el paciente adhiere a una idea o defiende un discurso abiertamente contradictorio con sus ideas previas o su condición personal, no siendo consciente de esta contradicción (o siéndolo, pero importándole un soberano pepino).

¡Ah! ¡La noticia!

Apareció el pasado 11 de enero en El Espectador y el titular, referente al pontífice de los católicos, era este: Papacritica "falsas esperanzas" que proponen ídolos o adivinos.

¡Todavía no me repongo!

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Imagen tomada de: http://infocatolica.com/blog/praeclara.php/1503240832-acerca-del-principio-de-no-co

jueves, enero 05, 2017

La deshonestidad intelectual del uribismo antisantisantista




Alessandro Baricco despliega en su ensayo City la revolucionaria tesis de que el concepto de honestidad intelectual es un oxímoron. Sostiene, con su espléndida prosa, que no podemos ser honestos intelectualmente ya que la honestidad y el pensamiento se oponen, y que ello ocurre porque, una vez expresado, el pensamiento pierde contacto real con su origen, se hace ajeno a quien lo emite y puede ser utilizado por otros -como ocurre comúnmente hoy- para matar.

Firmo por completo la postura de Baricco, pero solo en lo referente a la acepción del concepto que se ocupa de la relación de propiedad entre las ideas y quien las expresa. No así para la segunda de las acepciones, la que define la honestidad intelectual como la máxima expresión del juego limpio en el duelo de las ideas, como la búsqueda por liberar de intencionalidades los planteamientos propios, tanto como sea posible, y de someterlos permanentemente al juicio de los conceptos que les sean contrarios.

Ese tipo de honestidad intelectual no solo no es un oxímoron, sino que representa el más alto nivel de honradez en la construcción del pensamiento. Bien lo sabía Karl Popper cuando, planteando sus doce principios para una nueva ética profesional del intelectual, sostenía que la postura autocrítica y la sinceridad se tornan deber.

He vuelto durante las pasadas semanas a Baricco, a Popper, a Dawkins y a varios otros que han puesto sus ojos y sus letras en el tema de la honradez de pensamiento, para intentar comprender -si algo como eso es posible- una gigantesca deshonestidad intelectual omnipresente en Antioquia: la de declararse uribista y a la vez antisantista.

La naturaleza deshonesta de esa postura es elemental: todas las críticas que los detractores suelen enrostrarle al presidente Santos pueden también aplicársele a Álvaro Uribe. Y solo quien sufre la ceguera derivada del fundamentalismo (cuyo prerrequisito es, obviamente, la deshonestidad intelectual) puede negar que es así.

¿Que Santos capituló ante los guerrilleros? Uribe lo hizo ante los paramilitares.
¿Que Santos compró con prebendas al congreso para la aprobación de sus proyectos? Uribe lo hizo para la aprobación de su reelección.
¿Que Santos utiliza la maquinaria del Estado para sus beneficio? El de Uribe utilizó el DAS como una maquinaria de espionaje.
¿Que Benedetti, que Barreras, que Cristo? Que Santoyo, que María del Pilar, que Andrés Felipe Arias.
Y sucede así, de manera inexorable: para cada crítica contra Santos, existe una réplica casi idéntica contra Uribe.

Creo, en lo particular, que el gobierno de Juan Manuel Santos ha sido desastroso. Y creo, como consecuencia de eso, que existe un fundamento intelectual para declararse antisantista.

Creo, incluso, que se puede ser intelectualmente honesto y al mismo tiempo uribista: basta estar convencido -hay muchos que lo están, por muy espeluznante que parezca- de que los métodos del expresidente Uribe son los adecuados para conducir al país.

Lo que no admite discusión es que defender a Uribe y al mismo tiempo atacar a Santos implica sine qua non una decapitación de la autocrítica y una ceguera consciente ante las realidades de los últimos lustros en el país, lo que es igual a decir una absoluta deshonestidad intelectual.

Aunque, pensándolo bien, existe un siguiente nivel de análisis que podría dinamitar mi postura: la deshonestidad de todo tipo (¿y por qué no, entonces, también la intelectual?) es consustancial al uribismo, ergo, ser intelectualmente deshonesto y ser al mismo tiempo uribista implicaría la mayor de las honestidades.

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Imagen tomada de http://www.elnuevosiglo.com.co/articulos/07-2016-santos-y-uribe-divorcio-definitivo